25 agosto 2016

Antes de que termine agosto

Hace tiempo no escribo por acá una entrada estilo diario (hace tiempo, aunque menos, que tampoco escribo en alguno de mis diarios...), creo que puede salir espantoso, pero lo necesito... así que, veamos como sale...

Hace casi diez años -en un largo verano, en Cabo Polonio... pero esa es otra historia- leí por primera vez Breakfast at Tiffany's, de Truman Capote. La película ya la había visto incontables veces y me la sabía diálogo por diálogo, escena por escena. Ya había visto también varias películas de Audrey Hepburn y mi calidad de fanática estaba en pleno auge... Que BaT fuera mi película favorita era un hecho que había tomado como un dato característico mío, algo que me identificaba incluso, que me vinculaba con un romanticismo puro y antiguo... que me permitía analizar una y mil veces los sentimientos de Paul («I love you») y los de Holly («So what?»), tan contradictorios y que me resultaban tan interesantes con diecinueve añitos y una sed aún reciente por descubrir el mundo y el ser humano... («I love you, you belong to me.»; «People don't belong to people.»)

En ese momento de mi vida estaba en medio de una larga relación... larga... no recuerdo claramente si ese verano era una relación feliz o no... [La memoria puede hacer cosas muy drásticas, muy rápido... es casi como si tuviera su propia conciencia y nos mirara desde un rincón y se riera de los tres: mi consciente, mi subconsciente y mi inconsciente... ni siquiera intenta camuflarse con éste último, tratarnos de una forma un poco más digna, sino que nos mira y se ríe, campante, de los tres...]

La cuestión es que cuando terminé, aquel verano, de leer la novela de Capote y no encontré más páginas, y descubrí que no existía el final feliz que yo había comprado hacía años a Hollywood me sentí desolada... Me sentí vapuleada contra una pared, dolida e indignada... No sabía si con el libro o con la película... o con algo que me presagiaba de mi propia relación y su final...

Pero aprendí a vivir con ello, lo dejé estar.

Asumí el libro como una representación más realista del ser humano que la película, pero tan cruda para mis ideales románticos, que preferí verlo llenarse de polvo en el estante durante años; mientras que volví a rever la película otras incontables veces a lo largo de mis veintes...

En algunos momentos de mis años de soltera, creí o quise ser como Holly, pero en el fondo nunca me identifiqué con ninguna, ni la del libro, ni la de la peli... Sin embargo, había algo que me identificaba de toda la historia y ahora me doy cuenta, de que por años, como escritora, fallé. Fallé en comprensión lectora y en una de mis características más importantes a la hora de creerme digna de escribir: la empatía. Empatía hacia el personaje de Paul (irónicamente, el escritor). Por años (creo que de esto también puedo culpar a Hollywood) he buscado identificarme con los personajes femeninos de cada historia. Y eso está bien. Pero no del todo. Yo misma he buscado verme en personajes masculinos a la hora de escribir, pero como espectadora no tengo incorporada la idea de interpretar una historia desde el personaje masculino. ¿Por qué? Una y mil razones -que creo que también son otra historia, no la de este post-...

Ahora bien, este año, como todos los años, en algún momento del invierno, en alguna noche sola en casa y con una buena copa de vino, me puse a ver a Audrey Hepburn interpretando (majestuosamente, por cierto; su actuación, más allá de las idioteces del guión, no tiene desperdicio) a Holly Golightly. Y me quebré, como casi siempre, con el final (y con el saber que ese final, en la creación de Capote, no era tal), pero esta vez eso me llevó con fuerza desmedida a sacar el libro de la estantería y limpiarle el polvo, y pasearlo en varios ómnibus capitalinos hasta volver a terminar de leer la historia... La historia que es la historia de un escritor (sin nombre) y no la historia de Holly. Holly es importante, sin duda, pero con casi treinta años (y tanta agua bajo del puente) una se detiene en otros detalles, en otras interpretaciones, en ciertas cosas que no podía ver en primero de facultad...
Las ideas y las interpretaciones del mismo escritor sobre Holly, su forma de ser, su entrega hacia ella: incluso después de que ella se va, él dedica semanas a buscar al gato de su amada; a pesar de que en el papel (en lo que el mismo nos confiesa) nunca tuvo una relación con ella, ni un beso, tan siquiera un roce...

Nuevamente indignada con Hollywood, camino por las calles de Montevideo pensando en ese beso bajo la lluvia, con el gato en brazos, que podría defender como uno de los más icónicos de la historia del cine: nunca existió. En la historia original nunca fue tal. Y me re-cito a mi misma (poniéndome exagerada): "El beso más importante de la historia del cine nunca existió"... y mis divagaciones dan lentamente un pasito más, hacia la siguiente idea: una de las relaciones más importantes de la historia del cine nunca existió... una de las relaciones más importantes en mi historia -en la construcción de mi propia identidad, desde la primera vez que vi BaT, con dieciséis años- nunca existió, nunca fue tal.

"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió."

Ahí lo dejo.

*Lechuza

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«You know what's wrong with you, Miss Whoever-you-are? You're chicken, you've got no guts. You're afraid to stick out your chin and say, "Okay, life's a fact, people do fall in love, people do belong to each other, because that's the only chance anybody's got for real happiness." You call yourself a free spirit, a "wild thing", and you're terrified somebody's gonna stick you in a cage. Well baby, you're already in that cage. You built it yourself. And it's not bounded in the west by Tulip, Texas, or in the east by Somali-land. It's wherever you go. Because no matter where you run, you just end up running into yourself.»
Paul Varjac, Breakfast at Tiffany's 

Treinta agostos

Agosto es así.

Nostálgico.

Tanto,
que los orientales le dedican
una de sus noches a la Nostalgia entera.

Agosto es así.

Un poquito bipolar...
Va del frío al calor.
De la emoción al aburrimiento.

Agosto es así.

Un mes obligado en el medio.
Una vara difícil de saltar.
Una piedra en el zapato...

Siempre, siempre, le tengo miedo.
Porque el corazón del invierno
me recuerda a mi país...

Y la melancolía (o llámele Ud., nostalgia),
se me cuela por las grietas de la piel.
Mientras duermo, se me pega desde las sábanas;
mientras camino, se me sube por la suela de las botas.

Los recuerdos más guardados
asaltan sin explicaciones,
sin mediaciones,
sin pretender siquiera que yo pueda negociar...

Un poco menos de dolor?
Una gotita menos de soledad?
Un día menos?...

Quizá sí,
sólo un día menos,
para que llegue la primavera.

21 agosto 2016

El Olvido

Quizá...

Como la pesadilla de antenoche,
Como tu suspiro en la vieja plaza,
Como la imagen de un cuaderno de primaria...

Como aquella mirada perdida en el tren,
Como la cara de otro turista en una ciudad lejana,
Como la tristeza de otro siglo...

Como las manchas de rímel,
ya lavadas de mis mangas...

Como los libros de poesía...

Quizá...

En algún rincón de la vida...
En algún momento del mundo...

Existe el olvido.

06 agosto 2016

De repente

De repente, me traje a casa una pena que no era mía...
De repente, me traje en la cartera un pañuelo con otras lágrimas...

De repente, me dejé robar un pedacito de memoria,
un gramo de mi propia historia...

De repente, me reconstruí con las manos de otros,
me llevé un trozo de otra alma...

De repente, no soy más yo
ni más tú
ni más nada...

De repente
la vida no era más que esto:
un cliché de suspiro,
un reflejo del sol por la ventana...

De repente.