20 marzo 2011

Muere el verano

Las alamedas se tiñeron de dorado.
El sauce dejó de llorar.

Música porteña y un regador.
Flores sin olor
y aire sin viento.
Nubes secas
y secas de sentimiento.
Un árbol que visito desde que era niña
y un monstruo de hormigón en medio de un antiguo paraíso olvidado.

La tierra se volvió a mover,
se escucha desde lo profundo un grito hondo,
se escucha desde las entrañas del mundo el recordatorio de que la historia sigue, con o sin nosotros:
El mundo creará montañas, fiordos e islas.
El tiempo formará y derretirá glaciares,
jugará con los colores en las rocas y en las arenas.
Lo hizo desde antes de que llegáramos y lo seguirá haciendo cuando no estemos.

Una nube que no es nube delata que hemos llegado a la capital.
El recuerdo del cultivo se contradice con la oda continua al consumismo.
Y de golpe nada parece tener mucho sentido.

Mientras tanto, la luna está casi llena y se asoma sobre los Andes, haciéndome un guiño.
Se acerca el día de un nuevo adiós y se me aprieta el pecho al entender
que conozco este lugar lo suficiente
como para saber que aún no quiero,
que aún no puedo,
volver.

2 comentarios:

Mauro Lleonart dijo...

Me gustó mucho lo que escribis, con más tiempo voy a adentrarme más, saludos.

Lechuza dijo...

Me alegro que guste... miraré más allá de la ventana ;)

Saludos