25 enero 2011

The mean reds*

Hace mucho tiempo ya, que se que no te quiero;
ya no es amor,
ya no es tristeza,
ya no es rabia.

En esa última frase mentí.
Sí, es rabia.

Es rabia de que aún surja esa fuerza incontrolable dentro mío...
de querer golpear algo o a alguien,
de querer romper en llanto, porque siento los ojos rojos del odio;
de querer gritarte a la cara todo lo que nunca pude...

Sólo por tu cara, tu voz o
sólo por saber tu presencia...

Me invadió un espíritu de odio el cuerpo,
como si me estuviera por venir la regla, pero no era eso...
Me invadió un cansancio incontrolable,
Me invadió un horror inmenso,
pero no era un ataque de pánico:
era un ataque de ira.

Pido disculpas a mis lectores por volver a escribir de amor,
a mi también me aburre a estas alturas;
¿Por qué son estas las pequeñas cosas que me hacen querer escribir?...
yo también quiero leer sobre algo más...


*Lechuza

12 enero 2011

De veranos lejanos

Ver que tengo 0 entradas en 2011 me hace sentir obligada a escribir....
Pero el verano me atonta, me roba las palabras y me hace pensar que la vida así no tiene mucho sentido, porque necesito el frío para ponerme a filosofar y (más bien) divagar...
Hasta que llega una lluvia veraniega y me alegra la tarde:

El olor a tierra húmeda me recuerda a mi infancia,
a tardes con los pies en el barro,
a carcajadas con mis primas en el ruido santiaguino,
el olor a pasto, una chinita (léase: mariquita, o "san antonio", según la zona de nuestro continente que corresponda).
Mariposas,
viento,
mi pelo enredado,
el agua helada de un lago sureño partiéndome los huesos,
el sol en la piel y los pies en arena negra, de nuestras playas del sur,
decoradas por lavas derretidas y pulidas por los siglos...

Y, de repente me pongo a pensar,
de todas las playas que he pisado,
con todas sus variedades y exotismos,
ninguna recuerdo más ni mejor que la de Coñaripe,
a orillas del lago Calafquén:
Mi viejo bajo una sombrilla leyendo un libro,
yo tomando un helado Savory
o persiguiendo al hombre con el carrito para hacer algodones de azúcar...
las piedras en los pies, el agua helada,
huir hacia el centro del lago en un bote inflable...
Y las montañas alrededor,
con mil y una formas,
con bosques llenos de peligros...
La tristeza de los incendios forestales...

Y, con mis amigos, perdernos por la isla Llancahue,
buscando mil y una aventuras:
huir de enjambres de abejas, perros salvajes y toros,
tomar agua del río helado en una taza vieja,
jugar a la pelota horas y horas bajo el sol,
jugar a las escondidas de noche entre los árboles y aprovecharse de alguna luz casual que descubre todos los escondites...
y tirarnos horas a ver el cielo más estrellado,
(cazar estrellas fugaces y pedirles deseos ya olvidados).
Y que no me discutan que los cielos del norte son los mejores:
allá en la IV región, junto a los grandes telescopios que miran a lo lejos,
he visto cielos preciosos, sin duda,
pero no se comparan con la grandeza que se percibe después del paralelo 38,
donde se nota en las estrellas la curvatura de la Tierra,
la Cruz del Sur está cada vez más cerca y parece que caerás al fin del mundo
(o el comienzo del mundo, como dice un querido amigo, qué más da!)

Cada mañana, llueva o salga el sol, Montevideo me sonríe;
mi querida ciudad me lleva feliz por la vida...
Creo que somos las dos cómplices de algo y,
sin embargo, ninguna de las dos sabe de qué...
Nos entendemos, al fin y al cabo...
La lluvia montevideana de verano hoy me trajo recuerdos inesperados,
para sacarme en cara, sin darme cuenta,
que tuve una infancia privilegiada:
crecí con miedo a que un puma saltará del bosque, mientras jugaba con hadas y duendes...
Y creo que sólo los niños del sur de mi país pueden saber a qué me refiero...