15 mayo 2011

Mi hogar de Lechuza

A veces, cuando escribo, o simplemente cuando miro por la ventana de un tren, un bus, un avión;
me quiero creer un caracol: pequeño ser nómade con su hogar a cuestas.

Mi hogar soy yo... y una pequeña extensión resumida en mi gran maleta rosada. La que me ha acompañado en tantas vueltas, la que está toda sucia y se ha roto varias veces. La que descansó y fue juntando cachibaches durante cuatro meses, abajo de mi cama en Londres. La que arrastró montones de nieve por las calles de París. La que se rompió en una estación de tren y me sirvió de asiento en varios caminos. La que paseé por el metro de Santiago una tarde en que mi ciudad me trató como extranjera y sin recepción alguna en el aeropuerto de Pudahuel. La que la gente a veces mira medio extrañada, pero que a mi me llena de orgullo.

Y ahora pienso: definitivamente, no soy el tipo de persona que podría andar por la vida con una maleta común y corriente... Y ya mismo pido perdón, porque me suena abrumadoramente prejuicioso haber utilizado la expresión "el tipo de persona"... Aunque es cierto que no soy como unos, y sí como otros... (¿Soy como algunos cronopios cronopios?)

Hoy he despertado en casa y la maleta rosada está en el medio de mi cuarto... parece que me quiere decir algo, parece que se ríe un poco de mí... ella sabe que no es suficiente refugio para este caracol y yo me doy cuenta por la sonrisa que se me dibuja al ver mis paredes, mi cartelera, mis fotos, mis sábanas.... Aún mi living no tiene sillón, pero ya no puedo andar con mi hogar a cuestas, me veo obligada a confesarme a mi misma que me gusta cierta estabilidad, que no soy nómade, que necesito volver a mi espacio y a mi gata; y que (por lo menos para mí) la esencia de ser viajera está en tener un lugar dónde volver.

*L

1 comentario:

Thoru dijo...

Cuidado con los cazadores...entre lado y lado...

Un abrazo.